Rodolfo García, histórico baterista del rock argentino, murió hoy martes a la 1.30 como consecuencia del ACV que desde el miércoles pasado lo había dejado en estado de muerte cerebral.
El músico de Almendra, Aquelarre, Tantor, Jaguar y Los Amigo, entre otras formaciones, se desmayó en su casa y, pese a que fue intervenido quirúrgicamente, presenta un cuadro irreversible.
Pero no será esto lo que quedará en el recuerdo de Rodolfo García. Él será siempre una sonrisa viva, de buen tipo, sereno, dispuesto a la empatía y, sobre todo a juntarse y hacer. A tocar. O a mantener aceitada la memoria de hechos trascendentales de la música que le tocó vivir, una constante en él, sobre todo desde que investigó duro para la primera enciclopedia completa y sistemática sobre el rock argentino en 1996, que dirigió Pipo Lernoud: Rock nacional 30 años, de la A a la Z. Data no le faltaba, claro. Recién tenía veinte años cuando de Los Larkins, su bandita barrial iniciática, García dio el primer gran paso de su vida y, alucinado entre Los Gatos y The Beatles, fundó uno de los grupos fundamentales rock argentino: Almendra.
Sentado tras esa batería austera, versátil, forjó en toques sutiles, pulsión a sangre, temas que hicieron historia; “Mestizo”, “Figuración”, “Color humano”, “Que el viento borró tus manos”, “Parvas”, “En las cúpulas”… ¿Qué agregar?
Tras el desbande de Almendra en 1970, «Rodo» inició un camino que profundizó la amplitud estética, que ya había concentrado en el cuarteto de Belgrano. El primer paso post lo dio con la Nebbia´s Band, grupo en el que permaneció durante 1971, y grabó el disco epónimo. Tras tal paso, que Litto desarmó para armar Despertemos en América, García fue parte intrínseca del origen de otra banda de gran peso: Aquelarre, la más importante que integró en la década del ’70, y en “casi” toda su historia.
Junto a Héctor Starc en guitarra; su excompañero en Almendra Emilio del Guercio al bajo, y Hugo González Neira en teclados, surcó buena parte de la década, subido a una música tan bella como rebuscada. Tan cálida como enrevesada, sin que ello altere el andar sólido y firme de sus tones, redoblantes y hi hats. Inolvidables canciones aquellas, también. “Patos trastornados”, “Ceremonias para disolver”, “Violencia en el parque”, “Silencio marginal” -en la que también metió coros de gusto, nomás- o “Aves rapaces”. Fueron cinco años de agite, dos de ellos en España donde el grupo, junto a Moris, se transformó en una guía esencial para los españoles que querían hacer rock sin copiar como un calco a los ingleses.
Tras la vuelta, en 1977, el cuarteto no dio para más y García –ahora con Starc como ladero en trance de continuidad— formó Tantor, banda imbuida en el jazz-rock de época, primero con Carlos “Machi” Rufino y luego con Marcelo Torres -por entonces, un joven bajista que la rompía–, más un elefante que llegaron a meter en el B.A. Rock del ’82. Dos discos fueron el legado del trío. Y algún tema emblema como “Mágico y natural”, que aún podría sonar familiar, si es que se lo desempolva. Por el medio de aquel proyecto pasó el retorno de Almendra con los inolvidables conciertos en Obras en plena dictadura cívico-militar; un disco exquisito en estudio -El valle interior-, y una gira que llevó canciones viejas y nuevas a rincones del país donde jamás había llegado una banda de tal tenor.
Terminada la experiencia con el cuarteto, el baterista atravesó la década del ’80 entre amigos, bares, invitaciones y giras. Tocó un tiempo con Victor Heredia, otro con Pedro y Pablo, y también tuvo intensas incursiones percusivas en Santiagueños, la banda post MPA de Peteco Carabajal y Jacinto Piedra. Y así, hasta que en 1989 armó La Barraca, una banda de existencia breve, algo difusa, cuyo único paso en firme fue un disco publicado en 1991. Durante la década del ’90, su vuelta al acordeón en el MTV Unplugged del Flaco Spinetta en Los Angeles fue uno de sus momentos culmine. Ambos, esa vez, compartieron un tema de los principios –“La miel en tu ventana”– y las palabras de Luis, aquel día, lo llenaron de emoción. “Quiero presentar a alguien que es como un padre musical y que siempre me va a guiar, porque es una persona derecha como pocas, a quien amo. Rodolfo García, batero de Almendra”.
De los últimos tiempos se lo recordará tremendamente emocionado cantando “Muchacha ojos de papel”, decenas de veces. La más inolvidable, claro, fue durante el segundo regreso de Almendra en el glorioso Vélez con Las Bandas Eternas de Spinetta en diciembre de 2009. Pero también solía hacerlo hacia el final de un montón de homenajes que se le hicieron a Luis, cuando le tocó la misma suerte que a él.
En el siglo XXI, la ecléctica vida musical de García se diversificó además en varios y floridos proyectos. 2002 lo encontró armando PosPorteño, banda que había revivido hace unos meses junto a Daniel Ferrón y el gran Alejandro del Prado. “En lo musical, lo que más nos entusiasma es lograr un sonido original, espontáneo. Cada uno aporta lo que trae tras tantos años en la música, su bagaje. No solo la música que ha tocado sino la que ha elegido escuchar. Creo que eso queda plasmado en lo que hacemos, porque hay electricidad, porque hay aires de tango y de milonga, porque hay cierta cosa de la murga, pero no como un pastiche, como algo pegoteado, fusionado, sino como algo que fluye con naturalidad, con espontaneidad”, le había dicho García recientemente a Página/12, cuando al trío le había dado por volver, en marzo de este año.
Otro hito epocal del gallego fue haber grabado el último disco solista de Luis Alberto Spinetta: Los Amigo. Y, claro, el queridísimo cuarteto jazzerito y cancionero que forjó con el mismo Ferrón más Lito Epumer y Julián Gancberg llamado Jaguar, con el que registró el disco Detrás del río. “Es un trabajo muy equilibrado, con un amplio abanico que va desde canciones tranqui hasta temas más fuertes. Es algo que se fue armando sobre la marcha, y con un resultado que nos dejó muy conformes. Si bien tenemos la contrariedad de que está saliendo en medio de la pandemia, con todos los inconvenientes que esto acarrea, esto no va en desmedro de nuestro entusiasmo”, había explicado «Rodo», ya en modo zoom-pandémico, en otra de las últimas entrevistas que dio a este diario.
Además de lo buen tipo que fue, además de su prolífico, diverso e incesante devenir musical, Rodolfo García vivirá siempre eterno en el imaginario cultural argentino por su gestión colectiva. Por su hacer. Por su compromiso con el otro, que lo llevó, por caso, a ser nombrado Director Nacional de Artes bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, en 2014, o a ser parte fundamental de la reapertura de La Perla de Once, en 2010. El baterista tuvo también una intensa labor difusora en medios de comunicación, su última incursión fue en el programa Mundo disperso, que compartió en los últimos tiempos con Pedro Saborido y Daniel Miguez, primero en la AM 750 y luego en Radio Nacional.