Para el Presidente será la escenografía perfecta para recitar lo que considere como logros de gestión, a pocos meses de concluir su tarea en la Casa Rosada, y con el suspenso acerca de si irá por la reelección.
Mañana, cerca del mediodía, el presidente Alberto Fernández tomará asiento a un lado de la vicepresidenta Cristina Kirchner, la incómoda anfitriona de una Asamblea Legislativa que será la última de su mandato como jefe de Estado.
Se acercará al micrófono y los murmullos generales apaciguarán para escuchar su mensaje, que durará unos 90 minutos, a juzgar por sus anteriores presentaciones.
Para Fernández será la escenografía perfecta para recitar lo que considere como logros de gestión, a pocos meses de concluir su tarea en la Casa Rosada, y con el suspenso acerca de si irá por la reelección.
En este sentido, evitará caer en el juego del kirchnerismo, que le exige con persistentes operaciones, en on y en off, que explicite de una vez por todas si se subirá al ring por otro mandato.
La Asamblea Legislativa que le espera a Fernández es la de un Congreso distante, incluso por un oficialismo variopinto que disimulará su escepticismo (y en más de un caso desprecio hacia la figura presidencial) aplaudiendo los fragmentos más contundentes del discurso.
Los aplausos taparán superficialmente las grietas que existen entre las distintas facciones del Frente de Todos, donde lo más interesante -y lo más auténtico- pasará por escrutar e interpretar las gestualidades de la vicepresidenta, quien deberá cumplir con el rol institucional como titular del Senado, mal que le pese.
La oposición
Juntos por el Cambio, por su parte, sobreactuará las reacciones al discurso y armará su propio show de cotillón para robarse una cuota de protagonismo, ajustando la realidad a sus propios intereses políticos.
Al término de la sesión, la Sala de los Pasos Perdidos será el escenario en el que desfilarán los dirigentes opositores para visibilizarse con discursos inflamados, y allí florecerán las metáforas sobre «bombas de tiempo» y otras exquisiteces de la retórica del pánico y del incendio.
Son las reglas de la política, aunque a menudo esas representaciones se fuerzan hasta el límite de lo impensado. Como en la Asamblea Legislativa del año pasado, cuando el bloque del PRO llegó al extremo de desertar de la sesión apenas Fernández pronunció críticas hacia el endeudamiento macrista con el FMI, con el agregado de pedir a la Justicia que investigara dichas operaciones de crédito cuestionadas.
Por el lado institucional el guión es mucho más mecánico y lineal. Cristina Kirchner abrirá la sesión, tras lo cual el presidente del bloque oficialista del Senado, José Mayans, propondrá autorizar a la Presidencia a constituir las comisiones exterior e Interior para darle la bienvenida al Presidente.
La sesión pasará a un cuarto intermedio mientras Alberto Fernández ingresará al Palacio Legislativo a través de las escalinatas de la entrada de la avenida Entre Ríos. Tras ser recibido en el Salón Azul por las autoridades de ambas cámaras, firmará los libros de honor y se detendrá ante el ejemplar de la Constitución de 1853 para un vistazo de protocolo.
Al ingresar al recinto, se ubicará en el sitial a la derecha de Cristina Kirchner, mientras que a su izquierda estará la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau.
Los jueces de la Corte
Una duda es si entre los invitados especiales estarán los miembros de la Corte Suprema de Justicia, que son el blanco de la última cruzada del kirchnerismo con el juicio político.
Ayer, a última hora de la tarde se confirmó que los cuatro jueces fueron invitados, pero desde el Palacio de Tribunales nadie confirmó que los jueces Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti vayan a asistir hoy a la Asamblea Legislativa.
El contexto en el que Alberto Fernández intentará hacerse fuerte en medio de acechanzas internas y externas no es fácil. Así y todo, podría ser el puntapié inicial de un eventual lanzamiento electoral posterior, y que todavía está en proceso de estudio.
En el marco del clima de tensiones entre las tribus del Frente de Todos, donde no solo no existen acuerdos básicos sobre las candidaturas -una obviedad- sino tampoco sobre el rumbo económico y político, se inscribe la guerra fría con Cristina Kirchner, quien todos los días envía a alguno de sus emisarios a esmerilarlo públicamente como parte del intríngulis de la interna.
Por su parte, Sergio Massa busca quedar afuera de esa puja política, aséptico a ese juego, pero es solo hacia afuera, porque hacia adentro de la coalición oficialista mueve sus fichas con tenacidad y se hace valer.