El mercado de abasto mantiene sus puertas abiertas de 6 a 13. Van cientos de personas.
La ciudad de Salta amaneció ayer con marcados contrastes y contradicciones para las cuales resultan imposible encontrar razonamiento lógico alguno.
Tras conocerse las nuevas medidas que tomó el gobernador Gustavo Sáenz para combatir al coronavirus era lógico pensar que la ciudad despertaría mucho más solitaria, pues las medidas incluyen el cierre total de los shopping, los centros comerciales y las escuelas, garantizando a los niños el sistema alimentario. Si bien los establecimientos educativos están cerrados desde el lunes y hasta el 31 de marzo, la presencia de docentes las dejaba abierta; ahora las escuelas solo entregarán la comida a los chicos. Tampoco funciona el aparato judicial federal y provincial, la Municipalidad de la Ciudad, la AFIP, Rentas atiende solo online, muchos comercios decidieron dejar bajas sus persianas porque el servicio de transporte automotor funciona con importantes restricciones. Todo indicaba la caída total de las actividades de los salteños en las calles. Pero no fue así.
Las calles y avenidas de la ciudad estuvieron atestadas de vehículos particulares. Muy pocos taxis y remises se animaron a salir. Efectivos policiales pusieron retenes ayer en el microcentro y no dejaban ingresar autos. La idea era que la gente se manejara caminando.
Otro extremo
El caso más vesánico, sacado de otro mundo pues el actual dicta todo lo contrario, se dio en el Cofruthos.
La cooperativa de vendedores de frutas y hortalizas de la zona sur decidió, quién sabe con qué criterio, abrir sus puertas de 6 a 13, al menos hasta el 28 de marzo.
En consecuencia, y ante limitados argumentos como «a la tarde no abren», el mercado de abasto estuvo lleno de personas que iban y venían como hormigas, autos, camionetas y fletes que enturbiaron el tránsito vial en toda la zona adyacente y en el interior del enorme tinglado cientos de personas se abarrotaron para comprar y venderl sin ningún tipo de medida de seguridad que se vienen repitiendo hasta el hartazgo, como el uso de alcohol, guantes, barbijos, distancias, higiene. No hubo nada de eso ayer en el Cofruthos y no lo habrá hasta quién sabe cuándo.
Fue como una burbuja, una cápsula de tiempo, que recordaba las mejores épocas del consumo salteño. Muchos vecinos fueron a aprovechar las ofertas tras las noticias apocalípticas.
Dentro, el ánimo de los puesteros no era el mejor. Muchos no querían ir, pero se impuso la decisión de la presidencia.
«Yo hoy (por ayer) no iba a venir. El jueves creo que no abro porque es una decisión bastante sencilla entre vender o estar sana. Yo prefiero estar sana y vender mis productos en la vereda de mi casa. Eso asegura que no habrá desabastecimiento ni que los precios subirán. Y a los vecinos decirles que si no tienen frutas o verduras siempre habrá un arroz, un fideo para cocinar. Esta es una crisis que se supera colectivamente», dijo Alicia con toda su sabiduría de muchos años de puestera.
Ahora bien, los puestos están por ahora bien pertrechado. No se sabe qué pasará con el cierre de fronteras de Jujuy, ya que muchos productos llegan desde el norte provincial.
Afuera, las vendedoras de coca analizaban el aumento del cuarto y las mujeres que proveen de desayunos de api, mates cocido y tortillas vendían a buen ritmo.
En el mercado de la avenida San Martín se podía ver la misma postal del espanto para cualquier epidemiólogo. Algunos supermercados mayoristas también abrieron y las carnicerías atendían con las colas fuera de los locales.
El centro estuvo cerrado por personal de Tránsito municipal y con sus vallas arriaron los autos por San Martín, Islas Malvinas y Belgrano que se convirtieron en una pesadilla por la gran cantidad de automóviles que iban y venían quién sabe dónde.
Muchos salteños paseando, demasiados adultos mayores caminando, en bicicleta, sin ningún sentido en las calles. Porque la mayoría de los comercios y oficinas ayer estuvieron cerrados. Lo mismo sucedió con las restricciones de la atención de los bancos y la suspensión del transporte de media y larga distancia. Solo unos pocos desprevenidos estuvieron consultando en las boleterías de la terminal de ómnibus. Es evidente que los abuelos y abuelas, quizás por los años, no ven el peligro y por eso ayer salieron a las calles.
Fuente: El Tribuno