La catastrófica derrota por Champions ante el PSG expuso otra vez sin tapujos la soledad del astro argentino en un Barcelona que no está pensado para que brille su magia y del que no lo dejan partir.
«La soledad era esto: encontrarte de súbito en el mundo como si acabaras de llegar de otro planeta del que no sabes por qué has sido expulsada. Te han dejado traerte dos objetos que tienes que llevar a cuestas, como una maldición». Así está Lionel Messi en Barcelona: como Elena Rincón en la novela de Juan José Millás.
La derrota ante París Saint Germain, 4 a 1 en el Camp Nou, es otro eslabón en la cadena de desánimo y tristeza con la que lo ató su club, hace unos meses, cuando le impidió partir.
Antes había sido la remontada de Liverpool en Inglaterra, y la humillación del 8 a 2 de Bayern Munich, y las frustraciones en los torneos locales; y después, hace poco, fue la exhibición pública de su salario monumental, por recordar algunas entre tantas.
La pelota y la camiseta: esos son los dos objetos que Messi ha traído de su planeta, en el que era rey, y si operan ahora como una maldición es porque el escenario ya no le resulta reconocible.
Cuando levanta la cabeza ya no está Xavi, ni Iniesta, ni más atrás Ronaldinho o Eto’o. Al revés: ve a Griezmann, que llegó como crack y con el que nunca tuvo feeling; y en el banco ve a Koeman, con el que tampoco. La pandemia le ha impedido también las reverencias de la hinchada o, a las maneras españolas, la «pañolada» con que la gente, su gente, seguramente lo hubiese declarado ganador en la guerra fría que mantiene con la dirigencia.
Y otra cosa: el espejo. Ante esa cosa inevitable que es el paso del tiempo Messi hubiese preferido y se merecía otra compañía, otro trato; la posibilidad de que lo arroparan mejor para brillar menos, pero en el momento justo; porque seguir rezándole no es sólo injusto e insuficiente sino que es, además, un anacronismo cruel.
Messi esta más solo que nunca en Barcelona y, salvo que prosperen los intentos de Joan Laporta (el favorito en las próximas elecciones del club y con el que compartió grandes momentos), lo espera, como a Elena Rincón, la misma salida para terminar con la “amputación no visible” de la soledad.
“Hasta que encuentres un lugar en el que recomponer tu vida a partir de esos objetos y de la confusa memoria del mundo del que procedes”. La pelota y otra camiseta. Tal vez lo ayude levantar la cabeza y ver a Guardiola en el banco, si se va a Inglaterra, o buscar el pase y ver la cara amiga de Neymar, si se va a París.