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Espectáculos

Chicos que disfrutan de la libertad que les ofrece el arte

Tienen entre 10 y 11 años, son parte de la Orquesta Sinfónica Infantil y de la Escuela de Ballet. Todas las tardes dedican entre 3 y 5 horas a  las prácticas y ensayos, que los hace olvidar el encierro. 

Desde hace 40 días sus vidas cambiaron totalmente. Son niños de ente 10 y 11 años. Dejaron de ver a sus amigos, sus compañeros, ya no salen a la calle, tampoco asisten a la escuelas y las horas parecen durar más que 60 minutos. Pero tienen un escape. Se aferran a lo que aman, a lo que los hace sentirse libres, a lo que los dejan soñar: la música y la danza. 

Maia Carreño es una de esas pequeñas que descubrió que la música era su mundo. Cuando tenía 3 años le pidió a su papá que le compre un violín. Sus papás le cumplieron el deseo y la pequeña comenzó a hacer “su música” en casa. Con la llegada de la escuela y el paso de los años, las situaciones de convivencia con sus pares no fue lo que esperaba. En un encuentro con El Tribuno, su mamá, Alba Lagoria, contó que la pequeña sufría bullying en la escuela. “Los chicos que hacen música son diferentes, es como que tienen un mundo propio. Además son muy buenos en la escuela, en matemáticas sobre todo y eso parece que molesta”, contó Alba, que dejó eso muy en el pasado, pese a que su pequeña apenas tiene 10 años. 

Hoy, Maia no solo toca el violín sino también el piano. Sus profesores aseguran que es una alumna excelente y con mucho talento. El primer acercamiento de Maia a una formación musical fue en un coro. Allí comenzó a cantar, hace tres años. Durante una presentación, la pequeña vio de cerca lo que realmente quería: tocar el violín. Y le pidió a su mamá que la lleve a tomar clases. Primero se acercaron a los talleres del Hogar Escuela, pero ya no había cupo. “Ahí fue cuando uno de los profesores le preguntó si ya sabía tocar. Y ella dijo que sí. Yo no sabía que tocaba. Parece que cuando su papá y yo salíamos a trabajar, ella ocupaba las horas practicando con el violín que tenía de chiquita”, contó su mamá. 

Maia hizo una prueba y la recomendaron directamente para la Orquesta Sinfónica Infantil. Sin pensarlo, la casa se llenó de notas y partituras. 

Hoy, las medidas por la cuarentena, obligaron a Maia y a su mamá a trabajar on line. Gracias al teléfono celular, recibe las videollamadas y toma clases con sus profesores, todos los días. Todas las tardes, durante una hora recibe el apoyo de los profesores, y luego se dedica a las prácticas y ensayos. Son al menos cuatro horas, todas las tardes, donde la música inunda su casa, y sus sentidos. Esto la lleva donde sus sueños quieren ir y aleja -incluso de su familia- las noticias del COVID-19. 

No hay duda que la vida de Maia y sus padres cambió en forma radical. Las corridas a la escuela en la mañana, al trabajo, el apuro en el almuerzo y de nuevo correr a las clases de música, quedaron suspendidas. “Me siento muy bien, me encanta”, dice Maia llena de vida cuando El Tribuno le pregunta cómo se siente al tomar las clases de música en casa. Contó que toca el violín una hora y hace las tareas de la escuela cuando termina de tocar el instrumento. Las tareas de música se hacen después del almuerzo. 

“Como me gusta mucho, le dedico más horas, además porque quiero aprender a tocar ópera”, contó la pequeña que agregó que cantando ya se presentó ante el público, pero no aún con el violín. “Esperamos que para fin de año podamos presentar una obra”, dijo llena de alegría mientras sigue preparando sus clases y ejercicios. 

Entre timbales 

Mateo tiene 11 años y ama los instrumentos de percusión. Hace música desde los 4, junto a Roberto Liquín. Su mamá Romina Carrizo es docente en la UCASal y ahora ambos dejaron de andar a las corridas entre una clase y otra para hacer teletrabajo y clases virtuales. Romina recuerda que a medida que la cuarentena se intensificó y advirtieron que el regreso a clases no sería pronto, buscó con los profesores de la Sinfónica que los chicos se mantuvieron conectados con la práctica. 

Los primeros pasos fueron actividades como la grabación de videos en casa, y ahora tienen clases telefónicas, una hora al día. Eso obligó a la familia de Mateo a comprarle un teléfono para que realice sus actividades, grabe sus videos, trabajos y logre avanzar en sus tareas. Además de las actividades de la Sinfónica, Mateo o “Toto”, como se lo conoce en el ambiente musical, toma clases particulares con el profesor Chinato Torres, líder de la emblemática banda de rock salteña Perro Ciego. De esta forma de 16 a 19, Toto no para de hacer música.

“Las clases de música me hacen sentir bien. Hago las tareas y además las practicas”, contó “Toto”. Recordó que es parte de la Orquesta desde 2015 y que si bien logró organizar las tareas en su casa “no es lo mismo que estar afuera”. En su casa, sus padres armaron en un dormitorio el teclado, guitarras, ukelele y una batería. 
Por el momento, las prácticas son solitarias, no con toda la orquesta. Sin embargo, Mateo confirmó que mantiene el contacto con sus amigos en forma telefónica para charlar de otras cosas que no son la escuela. 
Su sueño por ahora es volver a presentarse con sus amigos, y hacer música para los seguidores de la Orquesta Sinfónica Infantil. 

Por la danza

Julieta tiene 10 años y prepara en el living de su casa sus prácticas de danza. 

Al igual que los otros niños, Juli ama la música y el poder expresarla con su cuerpo. Ante la llegada de la cuarentena, su papá colocó una barra en el living, donde su hija se pone las zapatillas, arma su rodete y practica durante 4 horas diarias los pasos de danza. 

El comenzar a trabajar en forma virtual, no fue una complicación para Julieta. “Las tareas de la escuela ya se estaban haciendo así, por lo que cuando comenzaron con las actividades del ballet en abril, ella ya conocía la metodología”, contó su mamá. 

“Con el paso de los días, comenzamos a organizarnos como si estuvieron yendo a la escuela. Al principio armamos una barra con dos sillas y un palo de escoba, pero no resultó. La semana pasada su papá le armó una barra en el living”, detalló Paola Viani. 

Julieta tiene una hermana mayor que hace danzas árabes, así que también se adaptó la casa para que las prácticas no se detengan. Por ahora el espejo no se pudo colocar, porque la situación económica no hace posible esta inversión, por lo menos por ahora. “Veremos qué pasa. Julieta ya está en segundo año en la Escuela de Ballet, pero baila en forma privada desde los 5 años”, recordó Paola. 

“Por ahora vamos bien. Nos mandan los videos con los ejercicios, los practica, grabamos y una vez a la semana mandamos los videos. Mi mamá me graba. Son cortitos, para que no se complique mandarlos”, contó Julieta, quien agregó que todo llega con música porque tenemos que hacerlo igual. 

Con 10 años, ya tiene experiencia frente al público. Su última presentación fue en el Teatro Provincial el 6 de diciembre pasado, y para ella es uno de los mejores recuerdos, tanto que le quedó grabada la fecha y la obra que interpretó. Si bien todavía los profesores no le dijeron nada de organizar una presentación para este año, ella no pierde la esperanza, ni le atemoriza el esfuerzo. 

Fuente: El Tribuno

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