Tendrá el mayor poder en el debilitado gabinete de Alberto Fernández. Estará a cargo del Ministerio de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura.
Tras una jornada intensa, en la que prevalecieron versiones y rumores emanados de la Casa Rosada, Olivos y el Congreso, el Gobierno anunció la incorporación de Sergio Massa al gabinete para que ocupe un Ministerio de Economía que abarcará también el espacio de Desarrollo Productivo y Agricultura.
Silvina Batakis, a su vez, se enteró de que había sido relevada del cargo al llegar a Buenos Aires desde Washington, tras haber ratificado ante el FMI la voluntad oficial de honrar el acuerdo celebrado este año y explicar ante el organismo, el Tesoro y los inversores de Wall Street el plan fiscal de su gestión. Ella y esos interlocutores supieron, casi al mismo tiempo, que ya no era ministra y que ahora pasaría a presidir el Banco Nación.
Entre tanto, las marchas de piqueteros, desocupados y activistas de distintas agrupaciones hacían imposible el tránsito por la ciudad de Buenos Aires, en esa extraña estrategia que refleja, al mismo tiempo, las contradicciones internas del Frente de Todos y el temor permanente de que la crisis social termine llevándose puesta a la política.
Por otra parte, mientras el riesgo país y la cotización del dólar subían y bajaban al ritmo de los rumores, el Banco Central elevaba la tasa nominal anual de los plazos fijos al 61%.
La incorporación de Massa al Gabinete, con un aura de “superministro”, aparece como la última carta del Frente de Todos por evitar una debacle catastrófica en las elecciones de 2023. También, una nueva resignación de poder de parte de Alberto Fernández, quien a partir de ahora se convierte en el tercero en jerarquía en el triángulo que completan Cristina Kirchner y el mismo Massa. Hace menos de cuatro semanas la designación de Batakis había sido la salida de emergencia ante la retirada del exministro Martín Guzmán, que dejó aún más desorientado a Fernández; en ese momento Massa había reclamado amplios poderes en el área económica, incluyendo, además de los tres ministerios, el Banco Central y el vínculo con los organismos internacionales.
Ese domingo ni el presidente ni la vice quisieron cederle tanto espacio a un personaje de la política caracterizado por su avidez de poder y por sus actitudes y posiciones exasperantemente cambiantes.
Pero la situación no da para más; eso quedó en claro hace tiempo, pero en la víspera, el Gobierno pareció resignarse a aceptarlo.
Sin embargo, todo lo que Silvina Batakis prometió en Washington es lo que la economía necesita para estabilizarse: no gastar más de lo que se recauda, y tratar de producir más para recaudar más. Para el cristinismo duro y los movimientos piqueteros eso se llama “ajuste” y no es una imposición del sentido común sino de un sistema financiero arbitrario. Lo que proponen, en cambio, es una maraña de quimeras que explican gran parte de la actual debacle de nuestro país.
En los casi 31 meses de gestión, Alberto Fernández no pudo exhibir un plan de gobierno, se vio desbordado por la gravedad de los problemas y la hostilidad de Cristina Kirchner y no pudo retener ni siquiera a sus funcionarios de más confianza.
Ayer, forzado por las circunstancias, produjo un fuerte recambio de Gabinete. Unificó los ministerios de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca, en una nueva cartera con amplios poderes y a cargo de Massa.
El arribo del todavía presidente de la Cámara de Diputados provocó la renuncia destemplada (un verdadero portazo) de Gustavo Beliz a la Secretaría de Asuntos Estratégicos; allí fue reemplazado por la titular de la AFIP, Mercedes Marcó del Pont. Daniel Scioli, incompatible con el superministro, fue enviado nuevamente a la embajada argentina en Brasil.
El contador ultra K Carlos Castagneto, actual director general de Recursos de Seguridad Social de la AFIP, queda al frente del Organismo recaudador, mientras que Julián Domínguez se aleja del Gobierno.
La crisis de Gabinete es la réplica de otros desplazamientos forzados por presión del kirchnerismo, como ocurrió antes con ministros en los que se apoyaba el presidente, como Guzmán, Matías Kulfas, Marcela Losardo (ex ministra de Justicia) y Santiago Cafiero, quien debió dejar la jefatura de Gabinete, con el “premio consuelo” de la Cancillería, de la que fue echado Felipe Solá mientras estaba en una gira diplomática. Esta erosión sistemática de los funcionarios que, según Cristina Kirchner, “no funcionan”, no solo debilita a Fernández sino que termina destruyendo al mismo Frente de Todos, que hoy empieza vislumbrar que este es el epílogo del relato kirchnerista, pero también puede ser el eclipse definitivo del peronismo.
Ya nadie se atreve a decir que “el peronismo es el único que puede gobernar”.
El apoyo de los gobernadores al ingreso de Massa al gabinete, que ayer se tornó en reclamo perentorio, tiene esa explicación, y no porque crean que el superministro es peronista, sino porque piensan que es la última esperanza.
Según sus allegados, Sergio Massa va a priorizar el ingreso de dólares, la reactivación productiva (industrial, agroganadera y minera) y la economía del conocimiento. Sin embargo, no se visibiliza aún ningún plan, aunque dicen que lo tiene. La primera señal que deberá brindar Massa es crucial: la energía y las tarifas las manejará él o La Cámpora. Además del tembladeral político, que no es un tema menor, el Gobierno tiene por delante la disyuntiva de elegir entre sobrevivir hasta llegar a las elecciones de 2023, lo cual parece difícil, o de pagar costos muy altos, que requieren firmeza, para tratar de empezar a revertir una crisis inédita en nuestra historia: la regresión a niveles de pobreza, indigencia y exclusión de la educación y el trabajo de un siglo y medio atrás.
La inflación, el déficit y la deuda son el síntoma. La enfermedad es el deterioro del sistema productivo y el aislamiento del país.
Resolverlo no es cuestión de nombres sino de la capacidad de construir diálogos y acuerdos en un país agrietado por ilusiones mesiánicas y odios irracionales.