A los catorce años muchas chicas forman pareja y son madres en comunidades del Pueblo Wichí. Pero también hay embarazos en nenas de doce y hasta diez años.
Solo en la comunidad San Luis, a siete kilómetros de Santa Victoria Este, hay por lo menos 20 niñas que ya son madres. Algunas lo han sido a los doce años y otras cuando eran todavía más pequeñas, a los diez. Es una postal que se repite en otras comunidades esparcidas en el Chaco salteño, en la costa del río Pilcomayo y más lejos «en el monte», en los departamentos San Martín y Rivadavia. La mayoría de estas chicas convive en pareja, en algunos casos sus compañeros son casi tan niños como ellas, en otros son hombres jóvenes o adultos.
En el mismo Hospital de Santa Victoria Este (donde se tomaron las fotografías que ilustran la nota) se puede ver a púberes embarazadas o con niños a cuestas. Pero es difícil lograr un acercamiento, más si se está de visita, con la prisa característica de los tiempos «blancos». La mayoría ni siquiera hace contacto visual y se encierra en un mutismo del que solo saldrá para responder una consulta de un mayor, en «idioma». Las más atrevidas miran de frente y hasta sonríen, con la gracia natural de las mujeres wichí, pero tampoco hablan.
Aquí se repasan algunos datos que dan cuenta de la maternidad precoz en el contexto de las privaciones que soportan los habitantes indígenas del Chaco salteño. Son datos que también hablan de las dificultades que atraviesan las mujeres indígenas, cualquiera sea su edad (sobre todo las del Pueblo Wichí).
Fabiola Benítez es joven. Es del pueblo chorote, ama la fotografía y la comunicación, trabaja en FM Lhapakas, la radio de las comunidades indígenas en Santa Victoria Este. Conoce a jóvenes que han sido madres niñas: una tiene ahora 22 años, vive en San Luis, donde parió por primera vez cuando tenía 13 años. Su compañero tenía por entonces 21 años. Otra tiene ahora 16 años, reside en la comunidad chorote La Merced, y tuvo su primer parto a los 14 años. Su pareja tenía 18 años.
«La niña se casó»
Una directora de escuela en Santa Victoria Este cuenta que es el padre el que va a la escuela muchas veces a informar que «la niña» no irá más porque “se casó”.
Sin embargo, la misma directora rescata el caso de una nena que dio a luz a los 14 años, cuya madre solicitó que siguiera estudiando en esa escuela, porque la había sacado de la comunidad de la que era oriunda (nadie cuenta las circunstancias en que se gestó este embarazo temprano). La chica debía cursar el séptimo grado y como las escuelas de la zona tienen doble jornada, la madre pedía que se le permitiera hacer jornada simple para que pudiera ocuparse del cuidado del recién nacido, lo que se le concedió. “Yo le dije que podía traer el bebé si quería. Pero su mamá insistió”, dice la docente.
A unos nueve kilómetros del pueblo, en la Comunidad 3 de Febrero, reside la cacica Juana Gutiérrez con su gran familia, compuesta por su marido (enfermo), hijas, yernos y nietos. Juana es una rareza en el mundo wichí, donde los liderazgos suelen recaer casi privativamente en los varones. Como en otras comunidades, 3 de Febrero se ve paupérrima, con casitas de barro, palos y plásticos, en medio de plantas ásperas que sobreviven al calor y el sol.
Como en las otras poblaciones, los desechos de la modernidad (plásticos, papeles, gomas, tarros) se acumulan en los costados. Solo las cabras parecen disfrutar la rudeza del lugar y el clima. Las cabras y los hijos y nietos de Juana, que corren y juegan entre carcajadas. En algún momento criaturas humanas y caprinas se confunden, retozando alegremente. La conversación entre los adultos será así, con la música de fondo de risas y juegos infantiles.
Recientemente, una de las nietas de Juana, de 14 años, se fue a vivir con su novio, un chico de la misma edad. La madre cuenta que ella se negó, pero la adolescente le advirtió que si no la dejaba, la iba a denunciar a la Justica: “Y vió que ahora se puede hacer eso”, dice la mujer.
Cerca nomás, un poquito más alejada de Santa Victoria Este, en la comunidad wichí El Algarrobal (un desprendimiento de la La Puntana, recostada sobre el Pilcomayo), Enriqueta Díaz, otra mujer wichí atípica, sin cargo de cacica pero con dones de liderazgo, asegura que en su familia, su comunidad, no hay embarazos de adolescentes o niñas. Lo atribuye a un férreo control. «No son iguales las madres», algunas no permiten que sus hijas salgan y otras sí, afirma.
La conversación se desarrolla en dos etapas, la primera, al costado de unos mistoles achaparrados que han derramado sus frutos bordó en el piso. La poca lluvia los maduró pura semilla, casi secos, con escasa pulpa. A pesar de eso, son el alimento de algunos días, dice Enriqueta, tras contar que los bolsones de mercadería que les lleva el gobierno no cubren todos los días del mes. También en este caso hablará rodeada de otras mujeres, adultas, jóvenes y adolescentes, todas sonrientes. En El Algarrobal hay pocos chicos, pero no faltan los problemas. La misma Enriqueta padece de asma, afección que no trata de ninguna manera y que le provoca un evidente esfuerzo para respirar. Sin embargo, su mayor preocupación está puesta en una de sus hijas adolescentes, que es celíaca y no recibe la alimentación adecuada. A veces compran alguna comida especial, pero es muy cara para las arcas reducidas de la familia, así que Enriqueta pide a los periodistas que la ayuden a hacer llegar su problema a las autoridades.
Para el lado opuesto del río, en la comunidad wichí Rancho El Ñato, el cacique Agapito Ceballos, parece darle la razón a Enriqueta. Sentado a la sombra de un quebracho blanco lleno de frutos amargos, sostiene que ahí no hay niñas madres. Y cuenta cómo lo resolvieron: «Para mí a esa edad no tendría que ser madre» así que «con el director de la escuela nos reunimos siempre para decirles a las chicas que tengan paciencia de buscar novio». «Y hasta ahora no hay (embarazos adolescentes o de niñas)», enfatiza. Y si bien reconoce que «por ahí hay padres que no están gustosos» con esa forma de actuar, insiste en que «nosotros no nos cansamos de hablar».
¿Y el cuidado de los varones?, en estos intercambios están ausentes las personas de género masculino, casi pareciera que las niñas se embarazan solas.
«Han muerto en el parto»
Hay «chicas» que «se han muerto en el parto también». Así remata Fernando Frías un relato sobre el hambre que sufren en su comunidad, Vertiente Chica, a unos 30 kilómetros de Santa Victoria Este, monte adentro. De ahí eran dos de los tres niños que fallecieron por desnutrición la semana pasada.
Fernando es hijo del cacique Eliberto Frías. Hace poco ambos hicieron un reclamo público de provisión de alimentos para los niños de su comunidad. En ese contexto Fernando recordó que ya el año pasado perdieron niños por la desnutrición, y agregó que en la comunidad suman en la cuenta de sus muertos a niñas fallecidas en el parto.
Una era su hermana, «después ha sido otra de otra familia», ambas tenían catorce años. Ocurre, dijo Fernando, que «a veces cuando llaman al Hospital no van a traer rápido (a las personas que necesitan atención médica urgente), hasta que pasan horas, horas, y bueno, cuando las traen las derivan (al Hospital de Tartagal)».
La hermanita de Fernando falleció hace seis años, en Tartagal. La otra chica murió hace unos tres años. Fernando recuerda cómo fue en este caso concreto el pedido de asistencia médica: por la radio VHF del Centro de Salud de Vertiente Chica llamaron al Hospital de Santa Victoria Este «a las 11, y no ha presentado la ambulancia. A las 2 hemos llamado, a las 3 recién han avisado ‘sale la ambulancia para ahí a traer al paciente’, pero mirá la hora que estaba pasando. Ya estaba mal, el cuerpo ya no daba más, cuando la han traído ahí nomás directo la han derivado, cuando llega allá (a Tartagal) ya se liquidó».
Un relevamiento realizado por médicas del Hospital Posadas, de Buenos Aires, exhibe que la mayoría de las madres de las comunidades indígenas del municipio de Santa Victoria Este son analfabetas. Esto impide o dificulta que se pueda sostener un tratamiento con suplementos dietarios para los chicos. Incluso las madres están prácticamente sin controles. Las cuatro médicas y la partera que participaron de este relevamiento, que consistía en una encuesta, controles médicos y estudios, lograron hacer análisis de sangre, pero fue más difícil que todas las mujeres accedieran a realizarse otros estudios, como ecografías. Y no hubo manera de convencerlas para hacerles estudios de papanicolau.
Una última anotación: la maternidad precoz no es un problema que se de solo en los pueblos indígenas del Chaco salteño. Solo por hablar del país, el informe de Unicef «Embarazo y Maternidad en adolescentes menores de 15 años. Hallazgos y desafíos para las políticas públicas», publicado en junio 2017 reveló que cada 3 horas una niña de entre 10 y 14 años tiene un parto en Argentina, el 80% de esos embarazos es producto de abuso sexual intrafamiliar.
Fuente: Página 12