La crisis económica parece haber reservado un capítulo especial para el mundo de los libros. Hace una semana, la Feria de Editores batió récord de convocatoria y las editoriales quedaron muy satisfechas con las ventas, pero la espuma bajó rápido.
Ante el aumento del precio del papel que ahoga a las editoriales independientes y la política de los grandes sellos de liquidar las ventas con seis meses de demora, editores y escritores repiensan el mercado y buscan alternativas para no quedar atrapados en una lógica que hace peligrar sus planes, complica los catálogos y además licua los ingresos de los autores.
La crisis económica parece haber reservado un capítulo especial para el mundo de los libros. Hace una semana, la Feria de Editores batió récord de convocatoria y las editoriales quedaron muy satisfechas con las ventas, pero la espuma bajó rápido.
«Nos preparamos durante un año para la FED. Vendimos muchísimo, quedamos muy contentos. Pero acá, la miseria: hoy pagamos el próximo libro y gastamos todo lo que ganamos. Un libro nos duró un año de preparación. Así estamos», publicó en Twitter Denis Fernández, fundador y editor del sello Marciana, para dar cuenta de la realidad que vive una de las tantas editoriales independientes que participaron de la FED el último fin de semana en Buenos Aires.
Denis se refiere al desafío que implica hoy abastecerse de papel para una tirada: el precio viene aumentando un 40% por bimestre y en todo el país hay solo dos proveedores, un mercado sin opciones ni competencia.
El ensayista Maximiliano Crespi, editor de 17grises, también usó su cuenta en la red social para descargarse y fue sintético: «Editar hoy es inviable».
«La cuestión de la inviabilidad está dada por la falta de estabilidad económica y monetaria para un negocio (el único que conozco que funciona así) en que el material se deja consignado a distribuidores y libreros sin ningún tipo de anticipo», explicó a Télam.
Crespi le pone números a ese desequilibrio que viven las editoriales: «Si hago un libro cuyo precio de venta al público es $100, de esos $100, $60 se quedan entre el distribuidor y el librero. Es decir que, de cada libro, retorna a la editorial sólo $40 pero la editorial debe pagar como derechos de autor $10. Es decir: quedan $30, pero esos 30 entre libreros y distribuidores te los pagan a 90 días».
Para el editor, el contexto económico complica aún más ese esquema de negocios: «En este contexto inflacionario, en el cual el precio del papel está ligado al del dólar blue, quedás sistemáticamente por debajo del costo porque esos $30 no te rinden lo que antes eran $10. Es un negocio inviable».
Propone, como posible salida, optar por el modelo comercial que rige «en el resto del mundo salvo en Argentina» y que las librerías compren en firme, algo que ve «poco viable» en la práctica. «O salvo que, como editor, te saltes el régimen tradicional y directamente ya no vayas a librerías encontrando otro canal de ventas. Pero para eso tenés que convencer a los autores de publicar en un sello que no está en librerías… y eso es prácticamente imposible», analiza Crespi en un relato que da cuenta de la encerrona que viven los sellos.
Los autores también sienten el impacto de la crisis, pero esta vez parte de la responsabilidad pareciera ser de los grandes sellos cuestionados a nivel internacional y en la mira del gobierno estadounidense, que busca frenar legalmente la fusión de la editorial Simon & Schuster y Penguin Random House.
La primera en dar cuenta de esto fue la escritora Claudia Piñeiro. «Si una editorial te pasa hoy, en agosto, lo que te debe por los libros que vendiste de enero a junio y te avisan que lo cobrarás a fin de mes o el mes próximo, en un país con una inflación estimada en el 80% anual. ¿Alguien gana y alguien pierde, no?», razonó desde Twitter la autora de «La viuda de los jueves» e inmediatamente generó la adhesión de varios de sus colegas como Julián López, Claudia Aboaf, Florencia Freijo y Elsa Druccaroff.
Sergio Olguín, quien también coincidió con el diagnóstico de Piñeiro, contó a Télam que, como a la mayoría de los escritores, le liquidan las ventas de sus libros de forma semestral: «Las liquidaciones del semestre enero-junio suelen llegar a fines de julio o comienzos de agosto y nos pagan en agosto/septiembre. Es algo increíble porque al hecho de pagar solo dos veces al año le agregan alrededor de sesenta días de atraso. En Argentina, con una inflación tan alta, es una forma de pagar menos. Sería muy inocente pensar que las editoriales no tienen la plata antes y que si la tienen no especulan con esa pérdida de valor».
Suma, además, una diferencia entre cómo resuelven la cuestión los grandes sellos y el esfuerzo que hacen las editoriales independientes para que el dinero llegue antes al autor: «Cobro derechos en los dos grandes grupos, Planeta y Penguin Random House, que prometen los pagos para fines de este mes y también en editorial Norma, que forma parte de Kapelusz, y que paga a treinta días (pero hábiles, no corridos) después de que uno envía la factura. Y tengo un libro en una editorial independiente, Odelia Editora. El primero de julio me mandaron la liquidación, y al día siguiente estaba el dinero depositado en mi cuenta. ¿Por qué Odelia puede y las demás no?».
Olguin advierte que «la cosa no mejora con las editoriales extranjeras»: «Tusquets de España liquida anualmente alrededor de marzo y paga a fines del mes siguiente después de enviarle la factura. La única ventaja es que pagan en euros y el dinero no se devalúa. Tardé años en conseguir que una editorial mexicana liquidara y pagara los derechos de una novela mía. La editorial alemana Suhrkamp vendió los derechos de `El equipo de los sueños´ para una edición escolar también en Alemania, pero jamás vi un euro de lo que ellos cobraron». Y aclara que en todos los casos, editoriales locales o extranjeras, el autor debe «confiar a ciegas que las cifras que dicen vender son las verdaderas»: «Me ha pasado de notar que libros míos que aparecen como agotados en librerías pero que cuando llega la liquidación supuestamente quedan 700 u 800 ejemplares».
¿Los autores abordan estos desfasajes al momento de firmar un contrato o son las reglas del juego de mercado editorial y no hay mucho margen? «Cuando más importante seas para la editorial, vas a poder reclamar mejores condiciones. Los autores tratamos de cobrar el mejor adelanto posible, porque es el único momento en el que cobramos un dinero que no está devaluado. En el contrato se aclara que los pagos van a ser semestrales. No lo ocultan ni lo ponen en letra más chica. Las reglas son claras. Y hay que cambiarlas», afirma Olguín.
También distingue entre distintos grados de responsabilidad según el poder de decisión dentro del organigrama de la editorial: «Los editores que trabajan para los grandes grupos no tienen mucho margen para tomar decisiones. El problema está en los que hacen los números, calculan márgenes de ganancias y envían estados contables, prolijos y dignos, a las casas matrices que están en España. Si los números les cierran, ¿por qué deberían preocuparse por el bienestar de sus editores y autores?».
ORSAI PROPONE UN CONTRATO EQUITATIVO Y ANTI INFLACIÓN: LOS AUTORES COBRAN AL MOMENTO DE LA VENTA
Algunas experiencias editoriales apuntan a generar mejores condiciones para los autores y así lo hizo en septiembre de 2010 el escritor Hernán Casciari, creador de la Editorial Orsai y director de la revista Orsai, quien ya había advertido lo desigual de la lógica contable de las editoriales.
En una carta memorable, hizo una triple renuncia y abandonó sus columnas periodísticas en La Nación, El País y a las editoriales que lo editaban, que le informaban datos de ventas que no correspondían con lo que le informaban los libreros y sus lectores: «Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México. Por contrapartida, no tengo más que agradecimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí».
Un año después de aquella renuncia masiva, Casciari abogó para que Orsai ahorrara en papel en vez de en dólares para garantizar futuras impresiones y buscó entablar un vínculo más equitativo con los autores. Con Horacio Altuna firmó el primer contrato «50y50», en el que el autor recibe la mitad de las ganancias sobre el precio de venta al público de la tirada.
«Nuestro contrato es exactamente el modelo contrario al de las grandes editoriales«, define Casciari y cuenta que ahora, gracias a los avances tecnológicos, la transferencia del dinero es inmediata: «Al comprar un libro de 3 mil pesos de la editorial, al autor le llegan inmediatamente 1.500. No tenemos que liquidar nada».
Hace una semana, Liz Tagliani firmó el contrato que con un modelo de «Diez pactos» garantiza que las ganancias se repartan y que sea al instante, una decisión que le permitirá a la autora «pelearle» a la inflación. «El contrato es real de punta a punta. Parece mentira porque es simple, divertido y breve, y nadie está acostumbrado a eso. Pero recuerden: cuanto más complejo, aburrido y largo es un contrato, más te quieren cagar», le explicó Casciari a sus seguidores en Twitter cuando firmó con Tagliani.
«Fui autor de Mondadori, Sudamericana y Grijalbo y ese robo sistemático me llamaba mucho la atención. No es necesario ser tan miserable, se puede funcionar muy bien haciendo las cosas más justas», plantea Casciari.
En esa línea reflexiona sobre los motivos que llevan a los escritores a aceptar estas condiciones: «Las grandes editoriales suelen tener convenios con los suplementos literarios y además les hacen creer a los autores que están en la lista de más vendidos. Entonces, es muy complicado que se pasen al lado de `la verdad´. Bueno, ahora es claro que en `la verdad´ hay más dinero y se paga mejor. Pero tiene mucho menos mimo falso y muchos autores sin eso no pueden vivir. Es la manera del ladrón de retener a la víctima. Hay una suerte de síndrome de Estocolmo muy interesante«. Ocurre que, al igual que en la economía más coyuntural, en la literatura algunas cosas también funcionan a fuerza de expectativas.