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Cultura

César Aira: «Seguiría escribiendo aunque no quedara un solo lector en el mundo»

Autor de una obra que incluye novelas, obras de teatro y ensayos Aira dijo que su estilo es «más bien neoclásico, más que barroco» y reconoció no tener «ese gusto sensual por las palabras que tienen los poetas» al recibir el premio Formentor de las Letras 2021.

El escritor César Aira recibió este sábado en la ciudad española de Sevilla el Premio Formentor de las Letras 2021 y esa ocasión se convirtió en una oportunidad para escuchar su palabra acerca de sus rituales de escritura, la eterna nominación al Nobel -galardón que dijo que nunca recibirá- y sus escritores favoritos: Manuel Puig y Jorge Luis Borges.

La conferencia de prensa previa a la ceremonia lo tuvo como protagonista de una conferencia de prensa en la que se asumió como raro: «Asumo con gusto el calificativo de raro y hasta me gustaría ser rarísimo».

Acompañado por el director de la Fundación Formentor, Basilio Baltasar, el autor de una obra que incluye novelas, obras de teatro y ensayos dijo que su estilo es «más bien neoclásico, más que barroco» y reconoció no tener «ese gusto sensual por las palabras que tienen los poetas». «Lo mío son más bien las imágenes, una imaginación visual, veo las historias que se me van ocurriendo. Una prosa cristalina, simple, transparente, sin alardes barrocos: por lo menos es la lección que aprendí yo», expresó.

En ese sentido destacó que «tanto la escritura como la lectura son actividades solitarias», reconoció que «eso de leer en grupo» nunca le gustó y lo equiparó a su vínculo con el cine porque dijo que lo que realmente le gusta es ver cine en su casa, solo, frente a su computadora, «como si leyera un libro».

Aira (Coronel Pringles, 1949) dijo que no lo atrae «el aspecto social de ningún arte» y señaló que este premio «va a ser el último», que se lo prometió: «No es que me disguste, todo lo contrario, es un placer, un honor, pero ya está, dejo el lugar a que un joven lo disfrute más que yo. Basta de premios, ya tuve bastante, este es consagratorio».

Por su parte, en una entrevista al suplemento El Cultural -que edita el periódico El Mundo- ratificó esa postura: «Este premio es el segundo que me dan, el primero fue el Manuel Rojas, en Chile. Creo que con estos dos puedo darme por satisfecho y cerrar el capítulo premios. A mi edad ya no los necesito, y en realidad no quiero, algo que puede hacer tan feliz a un joven escritor».

Se mostró también escéptico ante la posibilidad de recibir el Nobel de Literatura, subrayó que no se lo van a dar nunca porque -explicó- «esos premios hay que justificarlos y la justificación es no literaria. Nunca se ha dado un premio por lo buenos que son los libros sino por la defensa que se hizo de esto o de lo otro».

El autor de «Los fantasmas», «El mago» y «La guerra de los gimnasios» se refirió también a su acercamiento a la escritura producto de una amistad con Arturo Carrera, con el que, relató, se dividieron los campos: «a él le dejé la poesía, yo me quedé con el relato».

Ese encuentro con la lectura y la escritura fue el eje del discurso que leyó más tarde, titulado «Una educación defectuosa», al recibir el premio. «Tuve la mala idea de autoeducarme, quedé mal preparado para enfrentar el mundo. Tuve la suerte de poder preservar mi torre de marfil, mi familia, mis hijos, salvo un breve período que pasé en la cárcel, todo fue un cuento de hadas», afirmó.

Los periodistas volvieron sobre ese episodio y Aira dijo que se debió a «un pecadillo de juventud, cosas de la política» y completó: «Esos años 70 arrastraban a uno a hacer cosas de las que luego uno se arrepentía y terminé siendo apolítico. En los hechos, la política es chicana, mala voluntad e insultos».

La relación con sus lectores fue otro de los ejes de sus intervenciones y aseguró que nunca tendrá muchos, porque lo que escribe «es literario, metaliterario, hiperliterario… y la literatura es una actividad sumamente minoritaria».

Aunque consideró que trata de ser «lo menos exigente posible» con quienes lo leen. «Escribo con la mayor claridad posible, no me gustan esas cosas que hacía Vargas Llosa de pasar de un tiempo a otro con flases del pasado mezclado con el presente. Me gusta contar una historia de principio a fin, con toda la claridad posible. Por eso alguna vez, modestamente, me comparé con Salvador Dalí en el sentido de que, teniendo una imaginación tan barroca, una invención tan desbocada, necesito una prosa simple. El barroquismo de la invención y de la ejecución podría dar una mezcla poco comestible», detalló.

El autor de «Cómo me hice monja» graficó que cuando escribe va saliendo todo junto. «Soy incapaz de pensar: si pienso una historia, necesito apenas una idea lo más esquemática posible y, a partir de ahí, sale. Si me atasco y no sé cómo seguir, he aprendido que si interrumpo la escritura y me pongo a pensarlo, no se me ocurre nada y si sigo escribiendo, sale. La escritura misma me va ayudando», puntualizó.

Aira aseveró que seguirá escribiendo «aunque no quedara un solo lector en el mundo» y comparó las diferencias entre la escritura y la lectura: mientras la lectura tiene la capacidad de «provocar una sonrisa de satisfacción cuando encuentras algo bien hecho» y «un placer poroso y superficial», la escritura genera -para Aira- un placer denso.

«Uno escribe cada palabra, no se saltea ninguna, no es como la lectura: aunque leas con el mayor placer, vas salteando. Son los dos grandes placeres de mi vida: leer y escribir y veo la diferencia que hay entre los dos. Lo auténtico del escritor es escribir, es una obviedad pero es así«, sostuvo.

Para Aira la literatura «siempre fue una actividad minoritaria de poca gente» y no cree que eso debe modificarse, ya que dijo estar «en contra de las campañas para promover la lectura, dejemos que siga siendo optativa: que lea el que quiera leer. Siempre me ha parecido absurdo que desde el Estado se promueva la lectura: se necesita gente que trabaje, no que se encierren en su casa a leer. Me conformo con que haya poca gente leyendo».

También hubo definiciones sobre sus autores favoritos y así aparecieron los nombres de Borges («como dijeron, se apagó una luz pero sigue muy presente») y Puig, el último escritor al que siguió «libro por libro». «Esperaba todas sus novelas», contó y destacó entre su títulos favoritos «Cae la noche tropical».

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